Ver el amanecer escalando. El sueño de Daniel Pizarro
Ver el amanecer escalando

Te comparto una historia increíble cuando escalé la Pared Sur de Aconcagua

Ví el amanecer desde la Pared Sur mientras abríamos una nueva vía. Cumplí un sueño

Ver el amanecer escalando ¿Me permitís contarte una historia? Pero antes ¿cómo va tu semana?
Cada día tiene lo suyo: los lunes no son fáciles y los domingos parecen esa calma que precede a la tormenta… el inicio de otra semana más.
¿Soñás a veces con vivir una semana fuera del tiempo?, ¿sin reloj?, ¿sin calendario?
La montaña tiene eso, es un espacio sin tiempo y un lugar maravilloso por cierto.

Es que tengo muchas razones para decir esto, pero la que te cuento aquí es la más importante.

Mi nombre es Daniel, soy escalador, guía de montaña, instructor de andinismo y rescatista. Crecí en Uspallata, a 60 km del Parque Aconcagua, será por eso tardé muy poco tiempo en aventurarme entre los cerros que asomaban allí donde mirara.

Antes de los 24 años ya había ascendido varias veces al Aconcagua por la ruta normal.
Y como a esa edad sentía la necesidad de ir más allá, también subí por el glaciar de los polacos junto a mi hermano Gustavo, con quien hicimos noche en la cumbre. Es la única expedición que ha dormido en el techo de occidente en pleno invierno.

Luego, en el 92, decidimos dar juntos un salto en el tipo de escalada que se venía haciendo en la región.

Buscábamos un desafío.

Teníamos muy claro cuál sería: intentar abrir una nueva ruta en la pared sur de Aconcagua, el abismo más grande de los Andes. Lo íbamos a hacer cruzando por el canal central de avalanchas, y eso era lo que le daba un grado de peligrosidad máxima.

Pero para Gustavo y para mi, con 16 y 24 años, se trataba de algo radical e increíble. Así que lo planificamos: haríamos una variante al inicio de la ruta Messner y otra a la salida.

Lo primero era sortear el canal de avalanchas, fue por eso que nos quedamos 2 días bajo la pared estudiando la regularidad con la que sucedían. Descubrimos que cada 2 hs se producía, era nuestra ventana.
Al día siguiente, con la primera luz del día iniciamos una marcha a contrareloj…

El tiempo pasaba y aún faltaba terreno por cruzar. Hasta que, 1 hora 45 minutos después, por fin llegamos a un escalón rocoso.

Nuestra adrenalina estaba al 1000%.

En esa zona habían instalado unas cuerdas fijas, y sin dudarlo nos conectamos a ellas hasta llegar al campo 1 de la ruta Messner.

Pero algo no estaba bien.

Ambos teníamos la misma sensación, sabíamos que habíamos tomado una decisión con la que ahora no estábamos cómodos. Al momento de enganchar nuestros yumars (dispositivo de ascenso) al sistema de cuerdas disminuimos la dificultad de la ruta. Nos habíamos domesticado por un instante.

Igual estábamos a tiempo, quedaba mucho por delante, así qué sentamos una base firme antes de seguir: íbamos a ser más minimalistas y apegados a la filosofía que nos impulsaba. Porque quizá esa fuera la única vez que estaríamos allí arriba, en ese mismo lugar.

Se fueron sucediendo los campamentos hasta llegar al glaciar superior y, en ese marco de inmensidad, Gustavo me cuenta que tiene un sueño. “Quiero escalar de noche”- me dijo. “Yo también tengo un sueño.”-le respondí mientras me sonreía – “Es ver el amanecer escalando”.

Solo hizo falta mirarnos para convertirlo en un plan.

Así fue que hicimos un vivac en medio del glaciar donde experimentamos un momento único, perfecto y preciso. Estar en ese glaciar y ver la enormidad de los Andes desde allí hace que uno se sienta etéreo, intangible.

Esa noche dormimos bajo un sérac, fue lo que nos salvó la vida cuando, en medio de la oscuridad, nos sorprendió el estrepitoso sonido de una avalancha, luego su onda expansiva… ¡nos había pasado por encima!

Lo que siguió fue una alegría enorme de estar vivos y sin un rasguño.

Ya entrada la madrugada empezamos a escalar. Cruzamos la rimaya (grieta) que divide la pala messner y el glaciar superior y desde allí, entramos a la zona del fabuloso espolón final.

Antes de llegar a nuestro destino hicimos un último vivac bajo un roquerío al pie del espolón. Fue una noche extremadamente dura, con un frío penetrante que no nos permitía mantenernos dormidos por mucho tiempo, necesitábamos movernos para recuperar algo de temperatura.

Y luego llegó el día, yo iba delante de Gustavo y cuando lo miraba, parecía suspendido en el aire. Era un momento único de comunión entre montaña y ser humano.

Un instante sublime, armonioso.

Casi al final Gustavo aceleró, pasó al frente y se sentó a horcajadas en el Filo del Guanaco. Nuestro destino final.

“¡Apurate que no te voy a esperar toda la vida!”- Me gritó divertido y lleno de alegría.

Encontrarte con un compañero de escalada en cualquier parte del mundo es genial, pero encontrarte con tu hermano en el Filo del Guanaco, luego de abrir una nueva ruta de escalada es un momento trascendental.

Los elementos y nosotros fuimos uno, ese es un instante que durará para toda mi vida.

¿Qué aprendí de todos estos años en la montaña?

Qué crear momentos para atesorar te mantiene vivo y en movimiento.
Que salir de la zona de confort no solo es atractivo sino necesario.
Que el contacto con la naturaleza, la pacha, te llena de una energía que no experimentás de ninguna otra forma.

Y lo contrario lleva a apagarte de a poco. Sin darte cuenta, un día te encontrás con que tenés 70 años y la vida pasó. Pero la montaña te despierta.

Por eso quise acercarte esta historia, porque me gustaría que puedas vivir lo mismo.

Y para eso, nada mejor que empezar por un cerro que también me ha dado grandes vivencias. El cerro Leoncito (5.290 m), aquí abajo te comparto un enlace para conocer más. 👇
Montañismo de exploración en El Leoncito

¿Querés compartir una gran historia de tu vida?, estaré más que encantado de leerte.

Un gran abrazo,

Entrevista a Daniel Pizarro
Guía líder de ANTIS Outdoor
Por Natalia Hellriegel

Para más información sobre las expediciones, trekkings y cursos liderados por Daniel Pizarro, ENVÍA TU MENSAJE AQUÍ

Mira el reportaje a Daniel Pizarro del Centro Cultural Argentino de Montaña

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