El relato de una de las escaladas en la Cordillera Blanca del Perú en el invierno de 2005 con mi compañero de cordada Ignacio Lucero. Un viaje que perdurará en el cofre de los recuerdos más queridos.
Por Gonzalo Sayavedra
La montaña que uno imaginaba de niño, eso era el Urus. Cónica, coronada de nieves con reflejos azulinos, y con su falda marrón oscura de rocas. En ésta nuestra primera incursión en hielo decidimos progresar por una variante a la vía normal un poco más demandante en la escalada para ir fogueándonos con los materiales (cuerdas, piquetas, mosquetones) y el entendimiento de la cordada. Esencial para que todo vaya bien.
Al cabo de una escalada nos llegaba el primer regalo, en el primer descanso -una amplia cornisa previa a la siguiente etapa del glaciar- nos recibiría una vista apabullante del Ranrapalca (6162 metros) montaña hostil como pocas hemos visto. Casi todos los días que estuvimos en sus inmediaciones escalando las tres montañas, descargo avalanchas de rocas por esa cara que ahora nos miraba desafiante. Aquí también saltaban a la vista los efectos del retraimiento de glaciares, esta vez por descomposición de la roca que antes estaba cubierta por el hielo. El Ranrapalca era un comprobante más de las heridas abiertas al manto helado que vestía estas montañas.
Avanzábamos lento pero seguro y en esos inevitables espacios de reflexión durante la escalada me surgían dudas acerca de mi aptitud para el “seismil” -jerga con la que los montañistas nombramos a las montañas que pasan los 6 mil metros- que escalaríamos próximamente. Si Nacho, mi compañero, me preguntaba en ese momento mi respuesta hubiese sido un no. Me sentía inseguro. En ese momento no podía imaginarme escalando el Tocllaraju y sus hielos.
Estábamos haciendo nuestras primeras ascensiones con un clima inmejorable. Durante esas dos semanas el tiempo se nos daría extraordinariamente benévolo. Una ofrenda de los dioses a dos escaladores argentinos. Así, con la bonanza pudimos enfocar toda nuestra atención en lo que para nosotros era el acto sagrado: la escalada. Esas circunstancias, de sentirnos favorecidos por alguna entidad suprema, nos remontaba al pasado de esas culturas milenarias y pensar como ellos, o al menos asumir su visión. Ellos seguramente hubiesen elevado una plegaria de agradecimiento a Inti, el dios del sol.
Y así, entre jirones de pensamientos que se colaban en mi mente, alcanzábamos el final del glaciar y el tramo final de la montaña. Allí dejaríamos el equipo de hielo (piquetas, tornillos para asegurar, cuerdas, etc.) para progresar más aliviados sobre la granítica roca del morro cumbrero. Estábamos muy cerca de nuestra primera cumbre en la Cordillera Blanca. La emoción –y un poco también la altura– hacía latir nuestros corazones con fuerza. Nacho fue el primero en pisar la cumbre y desde allí parado, con el sol a contraluz, me irradió con su exaltación contagiosa la simple alegría de llegar.
De regreso nos encontró la oscuridad en terreno desconocido. Para volver habíamos elegido una cara diferente de la montaña. Era el descenso más lógico de las opciones disponibles, la alternativa para escaparle al hielo del glaciar durante la noche. Durante el descenso en la oscuridad me surgían dudas: la quebrada por la que avanzaba se volvía más y más abrupta, traté de evadirla remontando el borde pero me encontré con una pared que caía vertical hasta el fondo de la quebrada contigua. Luego de reunirnos nuevamente con Nacho, continuamos el descenso con nuestras linternas frontales rodeados de absoluta oscuridad hasta el campamento base en la Quebrada de Ishinca.
Al otro día partimos bastante cargados con nuestras mochilas a armar un campamento en la base de nuestro próximo objetivo: el Nevado Ishinca. Para ello continuamos internándonos por la quebrada hacia un campamento denominado «Laguna 5000 metros». En un giro de la huella nos encontraríamos con una hermosa vista del Urus -o mejor dicho, “los Urus” porque eran varios- Y un poco más adelante el Ishinca aparecería al fondo, en una vista casi completa de la montaña. Estaba cargado de nieve y hielo. Sería un paso más en familiarizarnos con el terreno helado para nuestro asalto al Tocllaraju.
cumbre Nevado Urus (5.495msnm) en invierno de 2005
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