La idea de escalar el Aconcagua estuvo siempre en mi mente. La montaña, en mi vida, también. Y como los años van pasando, me dije: «antes que tu cuerpo continúe desarmándose, tenés que subirlo!». Empecé a entrenarme a principios de octubre y no paré hasta alcanzar la cumbre. El día en que no nadaba, corría. También comencé a hidratarme, hasta llegar a ingerir seis litros de de agua diariamente.
Me quedé sin guía a último momento pero me enteré a través de mi hijo de que gente del Grupo Scout 253 Inmaculada Concepción iba a ir, así que les pregunté si me podía sumar. Julián Martínez y Pablo Caputo serían mis compañeros de escalada, entrañables amigos del grupo. Me contacté con Gonzalo Sayavedra (que cuenta con cinco cumbres) e Ignacio Lucero (35 cumbres!) y el 1º de enero estaba en Puente del Inca para iniciar la aclimatación.
Fue muy duro el ascenso; muchos días de travesía, cinco jornadas seguidas de tormenta en los campamentos de altura Canadá, Nido de Cóndores y Berlín y noches de -35ºC; pero el gran día llegó y la Naturaleza nos regaló el cielo limpio y sin viento; el 20 de enero de 2010, a las 14:17, estaba con mis compañeros en la ansiada cumbre a 6.962 metros sobre el nivel del mar.
Al alcanzar esta alta meta, debo agradecer a mis guías Nacho y Gonza y a mis dos hermanos scouts, ya que todos me ayudaron en el camino. En los momentos en que me quedaba sin aire, pude sentir que había mucha gente que me empujaba, en particular: Carmen, Seba Cerratto, Pedro, Peca, Javi Monserrat, Javier Gómez, los Tellechea. Oscar e Inés, Claudio y Emilce y su familia, la mesa de los viernes y la de todos los días de AGR; a todos ellos: gracias! Todo mi amor y mi agradecimiento eterno a mi familia: Caro, Pini, Anu y mi Sol; sin ellos (como diría mi colega Sprecacenere), nada tendría sentido.
Eugenio Bret (47)











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